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Elon Musk mira al pajarito…

La noticia tecnológica del día es, por supuesto, la decisión de Elon Musk de invertir un total de 2,900 millones de dólares en acciones de Twitter, un 9.2% de la compañía, y convertirse así en su mayor accionista, tras haber criticado a finales de marzo la política de libertad de expresión de la compañía y su papel en la democracia. Anteriormente, el accionista de referencia en Twitter era uno de sus cofundadores, Jack Dorsey, y tenía un 2.25% de la compañía.

El movimiento ha provocado una fortísima subida de un 26% en la cotización de Twitter, y ha generado especulaciones de todo tipo sobre los planes de Musk con respecto a la compañía y las consecuencias que ello podría tener en una empresa cuyos fundadores se definían como «the free speech wing of the free speech party«, pero que se ha ido viendo obligada a recortar esa ambición de libertad de expresión total y sin censura a medida que se ha ido encontrando con la realidad y con los usos que determinadas personas hacían de ella.

¿Qué pretende Elon Musk? Es difícil saberlo, pero de entrada, dar salida a un efectivo que ha obtenido mediante la venta de sus acciones de Tesla y que necesitaba invertir para evitar una tributación todavía más elevada que la que ya ha tenido que hacer. Para una mentalidad de una gran fortuna, tener liquidez es algo completamente absurdo y contraproducente, porque implica que un dinero que podría estar produciendo está simplemente sentado sin hacer nada. Por tanto, si lo que se plantea son usos para ese dinero, ¿qué mejor posibilidad que la de dedicarlo a cambiar el funcionamiento de una herramienta que usa muchísimo, que es el eje de sus acciones de comunicación, pero con la que mantiene disensiones con sus gestores sobre la forma de manejar en ella la libertad de expresión?

Invertir en una compañía a ese nivel, por mucho que se trate de una participación pasiva, permite a Musk tener una interlocución directa con el management de la compañía, e influir en las decisiones que esta eventualmente pueda tomar o plantearse tomar. A todos los efectos, Twiter tiene ahora como su mayor accionista a un verdadero entusiasta de su uso, pero también a un importante crítico, con todo lo que ello conlleva. De hecho, tras sus protestas, Musk llegó a plantearse crear una nueva plataforma, idea que, aparentemente, ha sustituido por la de intervenir sobre la que hay. Crear una nueva plataforma, como incluso Donald Trump sabe por experiencia, es algo muy difícil.

Pero sobre todo, ¿qué puede plantearse hacer Musk con semejante participación en una compañía como Twitter? Como inversión, Twitter nunca ha sido estelar en absoluto: una inversión hecha en el momento de su salida a bolsa en noviembre de 2013 supondría a día de hoy, una revalorización de tan solo un 29%, frente a otras compañías tecnológicas con revalorizaciones fastuosas como Amazon (192,822%), Apple (221,431%) o Alphabet (5,184%). Quien invierte en Twitter, lo hace porque estima su valor como herramienta de comunicación social, sus características como vehículo para la expresión de las personas o sus posibilidades como canal de comunicación y, eventualmente, marketing, pero no tanto por sus perspectivas de rentabilidad como tales.

Por otro lado, la compañía ha ido evolucionando desde unos principios marcados por el «vale todo» a, cada vez más, un intento de limitar determinados comportamientos como el insulto, el acoso, la circulación de noticias falsas o los comportamientos organizados no genuinos como el astroturfing. Y si bien para muchos esto supone una adulteración del principio de libertad de expresión, no son pocos los que opinan – los que opinamos, de hecho – que la libertad de expresión absoluta es imposible, que supone prácticamente siempre quitar la libertad de expresión a las víctimas de insultos o acoso, y que son necesarias determinadas reglas y protecciones para evitar que las redes se conviertan en lugares infectos llenos de odio en los que pocos querrían realmente pasar su tiempo.

Para Twitter, el problema de la gestión de la participación ha sido uno de los más importantes a los que ha tenido que enfrentarse a lo largo de su historia, con momentos estelares en los que incluso algunas compañías que se plantearon adquirir la compañía renunciaron a hacerlo por lo que tenía de lugar de odio, insultos y comportamientos poco edificantes. Eso, unido al hecho de que muchas figuras públicas abandonaban Twitter tras recibir insultos de todo tipo de manera habitual, llevó a la compañía a ir endureciendo gradualmente su postura e ir dando herramientas para denunciar ese tipo de comportamientos, además de protegerse contra determinados usos organizados en cuestiones como la política, la salud pública, etc.

¿Qué tiene Musk en la cabeza para Twitter? Una vuelta al «vale todo», a estas alturas y con la experiencia de años de social media, sería como mínimo compleja y polémica. ¿Qué le molesta especialmente? ¿Cómo se plantea corregirlo? Y sobre todo, ¿qué nivel de intervención está dispuesto a asumir en su gestión?

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