Colombia y Venezuela son dos hermanos especulares al norte de América del sur, separados imaginariamente por el desierto en la Península de la Guajira, por los caudales del Río Arauca en los llanos, por las montañas de la cordillera en los Andes y por la selva del Amazonas. Probablemente, estas imponentes barreras geográficas que separan a la élite cordillerana de Bogotá de la élite caribeña de Caracas, han influido en que ambas naciones tengan recorridos históricos opuestos y que sus destinos nunca parezcan coincidir por lo menos desde 1830.
Mientras en Colombia ha gobernado prácticamente la misma élite asociada a las familias cafetaleras desde el siglo XIX; Venezuela ha tenido rupturas abruptas en el poder (golpes de Estado, alzamientos, revoluciones y guerras civiles) y una mayor rotación de élites. En ese sentido, Colombia ha tenido una tradición muy acendrada de instituciones fuertes y de presidentes civiles electos por el voto desde la fundación de su república. Venezuela, por su parte, ha mantenido una práctica de caudillismos y militarismos con un interregno democrático en el siglo XX.
En los años sesenta, Venezuela alcanzó su época de mayor prosperidad económica (gracias a los precios del petróleo) y logró una estabilidad democrática que duraría cuatro décadas, convirtiendo a ese país en un caso de éxito en la región. En cambio Colombia, se sumergió en un conflicto armado que duraría más de cincuenta años, y además, en la década del setenta, comenzaría el flagelo del narcotráfico dejando profundas secuelas en esa sociedad.
A inicios del siglo XXI, Venezuela opta por el militarismo de corte socialista encarnado en la figura populista y autoritaria de Hugo Chávez, además de decantarse por una economía estatizada basada fuertemente en la dependencia de la renta petrolera. Pero Colombia comienza, en colaboración con los Estados Unidos, un período de reforma institucional gracias al “Plan Colombia” que rescata y moderniza al país, además de una serie de reformas de apertura económica que generan crecimiento, reducción de la pobreza y del desempleo.
En la actualidad, y luego de provocar la crisis humanitaria más dramática de la historia reciente, el régimen socialista de Nicolás Maduro en Venezuela comienza a levantar controles en la economía. Incluso ha habido acercamientos con la administración de Joe Biden en Estados Unidos y se habla de un posible levantamiento de sanciones al régimen chavista, a pesar de estar inmersos en graves delitos de corrupción, narcotráfico y violaciones a los Derechos Humanos.
Por su parte, Colombia arrastra una crisis económica que se profundizó con la pandemia y ha tenido varios estallidos de protestas en los últimos años. Además, su sistema político presenta un fuerte desgaste, haciendo que la candidatura del ex guerrillero e izquierdista radical Gustavo Petro cobre cada vez más preferencia entre los electores. Por si fuera poco, la histórica alianza entre la élite colombiana y el gobierno de los Estados Unidos está teniendo fracturas ya que la potencia del norte desde 2021 retiró a las FARC de su lista de grupos terroristas.
A pesar del sueño de Bolívar de un corredor unido, la trayectoria histórica de Colombia y Venezuela siempre ha sido divergente con respecto a la otra. Sus senderos bifurcados, como diría Borges, no se tocan nunca y la dirección de cada uno siempre parece estar en las antípodas del otro. Habrá que ver si en el futuro ambas naciones mantendrán esa histórica bifurcación o si finalmente se empalmarán en un frente común con gobiernos socialistas en Nariño y en Miraflores.
Publicado en: Fundación Libertad y Desarrollo (18.05.2022)