El maniqueo blanco o negro es muy atractivo. Nos suministra seguridad y orgullo. Aunque sabemos —intuimos, sospechamos— que es en los matices de los grises donde está la verdad (o su búsqueda), preferimos el tranquilizador atajo binario porque no soportamos la «tiranía de la elección»: la que afirma que, cuanto mayor es el número de alternativas, más difícil nos resulta decidirnos. «Cuando existen demasiadas opciones, nuestro cerebro no sabe qué camino seguir. Y cuando las opciones son demasiado pocas, tendemos a la militancia», afirma Kevin Dutton en su ensayo Blanco o negro: Cómo vencer al cerebro y escapar del pensamiento binario.
El cerebro es perezoso y conservador. Tiende a facilitarnos seguridades psicológicas, aunque sean inconsistentes o inexactas e imprecisas, desde el punto de vista racional. No soportamos el matiz, la duda o la ambigüedad, aunque sabemos que en ellas reside la razón flexible, la única que nos acerca al verdadero conocimiento. Dutton explica el porqué: «Se trata de una necesidad fundamental de domar la incertidumbre silvestre del mundo; aplacar el gris en un blanco y negro domesticado»… «En la aprehensión de la ambigüedad no habría debilidad, deficiencia ni patología, sino un valor psicológico significativo». En este punto, ¿cómo escapar del pensamiento binario (radical, polarizado) tan narcótico como prejuicioso?
Si ya no existe la oportunidad de parar o resetear nuestro posicionamiento o comportamiento, lo que hacemos es redoblar nuestras creencias. Y en lugar de emprender un camino distinto o alternativo, justificamos el camino en el que estamos. Rectificar tiene un coste psicológico difícil de soportar, y no siempre tiene la reputación social que debería, ya que evaluamos peor al que cambia de opinión que al que milita en la suya, aunque sea equivocada. El absurdo romanticismo de la incorruptibilidad de las creencias nos convierte en un yihadista, no en un héroe leal a nuestras convicciones. ¡Cuántos errores se cometen desde estas seguridades acríticas!
La única militancia democrática es la duda, la autocontención en las propias convicciones y el matiz dialogante en la persuasión. El resto, todo es abono para la intolerancia y el resquebrajamiento de lo que nos une para sustituirlo por el falso pegamento de lo que nos divide.
Publicado en: La Vanguardia (16.02.2023)