El jabón cuesta 85 centavos la barra o dos por un dólar. ¿Cuál deberías comprar?
Eso depende. Depende de cuánto espacio tengas, si te gusta esta marca, qué tan lleno esté tu carrito y si estás o no seguro de si la persona que te envió al mercado quiere que compres dos.
Es fácil concentrarse en este tipo de decisiones de bajo valor.
Hay organizaciones que pasan mucho más tiempo discutiendo un nuevo logo que analizando dónde ubicar la nueva oficina. Uno está lleno de emoción y sin importancia económica, el otro es borroso, complicado e increíblemente caro.
Tal vez hayas visto a alguien gastar emoción y concentrarse en calcular una propina hasta el último centavo, pero impulsivamente usa la deuda de la tarjeta de crédito para irse de vacaciones de lujo.
Los especialistas en marketing nos han empujado a pasar el menor tiempo posible pensando en cosas como la deuda a largo plazo, las implicaciones de ir a una universidad famosa o las emisiones de por vida de comprar un determinado tipo de automóvil o casa. Pero terminamos gastando innumerables ciclos en las elecciones triviales que nos hacen sentir que tenemos control sobre el mundo que nos rodea.
Podemos creer que si uno cuida las cosas pequeñas, las grandes no importan. O lo contrario.
Resulta que mirar fijamente una gran decisión incómoda podría pagar mil de las pequeñas.