De minar criptomonedas, a la algoritmia generativa: la migración del poder de computación

mediados del pasado septiembre, la comunidad Ethereum llevó a cabo la transición de su algoritmo de consenso de prueba de trabajo (PoW) a prueba de participación (PoS) en un proceso que se bautizó como The Merge que redujo el consumo de energía de la red Ethereum en un 99.95%, y que convirtió la actividad de los mineros en una actividad a extinguir: a partir de The Merge, cualquiera con unas pocas monedas ordenador no necesariamente potente que pudiese correr una versión básica de Linux podía, simplemente consignando unos pocos ethers (treinta y dos en teoría, pero hay servicios que permiten poner la mitad o una cuarta parte), obtener una rentabilidad prácticamente sin riesgo próxima al 8%, muy atractiva en las condiciones actuales del mercado.

La consecuencia fue inmediata: las grandes granjas de GPUs destinadas a solucionar las complejas ecuaciones criptográficas características de la prueba de trabajo se quedaron sin trabajo que ofrecer a una red de Ethereum que ya no las necesitaba, y tuvieron que buscarse otras cosas que hacer. Algunos cálculos apuntan a que, en su momento punta, el minado de Ethereum llegó a sostener a más de un millón de personas con equipos valorados en diez mil millones de dólares.

La posibilidad de dedicarse a minar otras criptomonedas estaba ahí, pero con la perspectiva de rendimientos decrecientes en un mercado cada vez más saturado como el de bitcoin, en el que los mineros, en cualquier caso, perderán la mayor parte de su atractivo cuando se mine el último bitcoin (se han minado ya más del 92% de ellos) y tengan que sobrevivir solo con las transacciones, y en entornos escasamente prometedores a medio y largo plazo como los de las shitcoinsla dificultad resultaba evidente. Algunos, tras comenzar a perder dinero, simplemente terminaron apagando sus servidores.

Sin embargo, en una sociedad en la que cada vez más cosas son digitales, poseer un data center capaz de ofrecer ingentes recursos computacionales puede ser un activo muy interesante. Y de hecho, estamos viendo cómo antiguos pools dedicados hasta septiembre del año pasado a la minería de Ethereum están ahora comenzando a ofrecerse para el procesamiento de algoritmos generativos, utilizando no solo sus equipos, sino también la experiencia gestionando sus prestaciones y su consumo de energía. No todos pueden optar a ello, pero se calcula que entre un 5% y un 15% de que participaban anteriormente en el minado de Ethereum pueden reorientar sus equipos para su uso en funciones de high performance computing (HPC) y algoritmia de machine learning de diversos tipos, como la generación de textos, de imágenes o la visión computerizada.

Ahora, la creciente oferta de servicios basados en algoritmos generativos se ha convertido en el nuevo demandante de energía, en el nuevo servicio al que dedicar ingentes recursos de computación. Y como en el caso anterior, antes de que surjan voces clamando que eso es una aberración, es importante poner las cosas en contexto: si la minería de bitcoin, en su momento más álgido, consumía unos 253TWh, la minería de oro consume 571TWh, los videojuegos en torno a 214TWh y las luces de navidad, 201TWh. Tan solo el uso de YouTube consume 244 TWh.

Magnitudes importantes, sin duda, pero sobre las que habría que reflexionar un poco más y no quedarse en los titulares sensacionalistas del tipo «el uso anual de Youtube podría proporcionar electricidad a un hogar medio estadounidense durante aproximadamente 2 mil millones de años, o a la totalidad de los 127 millones de hogares estadounidenses durante aproximadamente 8 años», a la hora de valorarlas.

En el fondo, la migración del poder de computación y del consumo de electricidad que origina es una variable que permite entender la dedicación de recursos al desarrollo o al uso de una tecnología, ni más ni menos, independientemente de lo que esa tecnología pueda llegar a suponer en un futuro, sean miles de millones de vídeos de gatitos, un sistema monetario neutral y global, o una máquina capaz de responder a preguntas. Algo, por otro lado, sumamente razonable en un mundo cada vez más digital.

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