Fintechs, crédito y cripto: ¿Está herido de muerte el dinero en efectivo?

Estamos en una época de franco auge de las fintech, los pagos automáticos, las divisas en blockchain y mucho más. 

Pero casi nadie nota que si las matrices de las más populares tarjetas de crédito, o un puñado de empresas financieras reemplazan todo el dinero público con moneda digital, podría haber mucha más desigualdad, discriminación y vigilancia.

Este debate es necesario por las implicaciones que tiene para nuestra sociedad global en el marco de un mayor capitalismo de vigilancia. Argumentos similares defiende el antropólogo y activista financiero Brett Scott en su libro Cloud Money, para quien “en la actual fase del capitalismo, pagar en efectivo es un acto casi revolucionario”.

Tres alternativas que buscan destronar al dinero en efectivo

La inclusión financiera puede tener efectos relevantes en la calidad de vida y el bienestar de la población. La exclusión de una parte considerable de personas de los mercados formales de servicios financieros ha tenido históricamente efectos negativos en las economías. Sin embargo, existen circunstancias en las que el uso de ciertos servicios financieros puede ser contraproducente.

Si bien la tecnología fintech busca abonar a esa inclusión financiera, llevando estos servicios a quienes de otra manera no los tendrían, aún hay camino por recorrer, ya que el problema de la privacidad subyace aquí también por la captación indiscriminada de datos personales.

Mientras tanto, la simple entrega de billetes y monedas permite la liquidación final instantánea de una transacción entre pares, sin tarifas ni generación de datos de usuario que puedan venderse. Aún así, la propaganda contra el efectivo nos ha convencido de que esta forma de dinero es una reliquia ineficiente del pasado. 

¿Pero y qué sucede con las criptos? Para quienes se sienten atraídos por el espíritu descentralizado y anónimo de las criptodivisas (en teoría aquí no peligran tus datos), como es mi caso, resulta que activos criptográficos como bitcoin no desafían fundamentalmente al sistema monetario actual, ya que todavía dependen del sistema monetario para darles un precio.

Lo que en realidad ha sucedido con ellas es que está surgiendo una nueva era de comercio de compensación, pero los entusiastas de las criptomonedas la confunden con una nueva era del dinero. Más importante aún, estas opciones causan evidentes daños al planeta, ya que a medida que crece la demanda de moneda digital, también crece la cantidad de personas que demandan mayores cantidades de energía u otros recursos.  

El efectivo es una tecnología que, a pesar de su construcción analógica, aún comporta  beneficios que las alternativas digitales como las criptomonedas no pueden igualar. Lo cual aplica también para las tarjetas

Para pagar con ellas se requiere la participación de varias capas de intermediarios, incluidas las compañías que las lanzan, o los proveedores de terminales de punto de venta, que interactúan a través de centros de datos en diferentes partes del mundo, extrayendo todos ellos tarifas y recolectando datos de transacción que son muy valiosos.  

Así, la mayor parte del costo de usar tarjetas siguen siendo los cargos por servicio pagados a los proveedores de pago. 

Entonces, ¿estamos ante el fin del dinero en efectivo?

Está de moda entre los futuristas predecir el fin del dinero físico, pero las infraestructuras digitales no han demostrado todavía ser seguras en términos de privacidad, pertinencia, o aspectos ambientales. El hecho de que el dinero esté frente a ti y puedas tocarlo significa que, (en un plano literal y metafórico) es mucho más resistente que el dinero digital, ya que este puede evaporarse en solo segundos por un error, o su estructura venirse abajo por la poca transparencia de sus promotores

Dependiendo de la perspectiva que se adopte, abandonar el dinero en efectivo puede ser más problemático que beneficioso. La respuesta no está en satanizar las alternativas digitales, sino en profundizar en las consecuencias de su adopción generalizada. La clave es no avanzar a todo vapor por un camino que no hemos analizado con detenimiento, y recordar ante todo que las transacciones digitales sacrifican la privacidad, un aspecto de ellas que sin lugar a dudas todavía podemos mejorar.

La alerta que elevan expertos como Scott o Carissa Véliz no busca descartar los objetos como tal (criptos, tarjetas, etc.), sino indagar en las intenciones de los sujetos que las operan. Es decir, en preguntarse si existe la posibilidad real de confiar en las organizaciones que manejan nuestros datos. No es descabellado pensar que cuanta más información esté flotando en línea, más probable es que termine en manos malintencionadas. 

La historia nos muestra una y otra vez que así como la sociedad evoluciona para el bien, el lado oscuro del ser humano tiende a evolucionar en la dirección contraria. 

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