La trampa del cinismo

Vivimos tiempos cínicos. En política, especialmente. El cinismo transforma, por ejemplo, la imprescindible imparcialidad en neutralidad cobarde y egoísta. Y la reviste de valor, pero no es cierto: no es lo mismo ponerse del lado de las víctimas que estar en medio, sin posicionarse, entre agresores y agredidos. No existe la pro­filaxis cuando se habla de derechos y valores.

El psicólogo Jamil Zaki, director del Laboratorio de Neurociencia Social en la Universidad de Stanford, habla de la utilidad de la empatía como guía y brújula moral, a pesar de su complejidad, y contraponiéndola al cinismo: «Esa idea de que la gente es egoísta, ambiciosa y deshonesta por naturaleza, y que está trayendo mayor soledad y división a la humanidad». Zaki, autor del libro The War for Kindness: Building Empathy in a Fractured World, comparte argumentos científicos sobre el optimismo y señala que, junto a este, la empatía es una habilidad que se puede aprender, entrenar y perfeccionar para «escapar de la trampa del cinismo».

Los cínicos en la Antigua Grecia eran la representación de la frugalidad, la vida sencilla y el retorno a la naturaleza. Con una máxima: A menos necesidades, más libertad y felicidad. Con el tiempo, la evolución de la idea original se desplazó a la versión actual de lo que entendemos por cinismo: «Persona que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas». Asociamos el cinismo, no con la frugalidad, sino con la ironía y el sarcasmo. Esa distancia fría que, hoy, es desprecio, desidia o desinterés.

El filósofo Gregorio Luri, en su ensayo En busca del tiempo en que vivimos. Fragmentos del hombre modernocaracteriza al ser humano de nuestros tiempos como un ser que vive en una constante problematización de todo, en un estado de pesimismo permanente que le impide disfrutar plenamente de las cosas sencillas de la vida y de ser consciente de su valor. «La realidad es que esa problematización nos aliena de la experiencia de la vida, de lo concreto y lo inmediato, con su alegría, su tristeza, su pena y su euforia», señala.

Nuestros valores democráticos no se defienden solos, mirándolos como si estuvieran en una vitrina. Hay alternativa frente a la problematización de la vida que nos paraliza y que justifica la insensibilidad cínica: se llama compromiso. Llegó la hora.

Publicado en: La Vanguardia (19.01.2023)

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