A principios de febrero, un estudio del diario The Economist destacaba que España había caído dos puestos más en el índice de calidad democrática, pasando de ser una «democracia plena» a una «democracia deficiente». En agosto de este año, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, ponía el foco en la crisis y la fragilidad de la democracia en el mundo, destacando que en el 2021 el nivel de democracia que una persona media podía disfrutar se había reducido a niveles de 1989.
Bachelet apuntaba la necesidad de afianzar las instituciones democráticas: «Unas instituciones independientes y que se rijan por el Estado de derecho desempeñan un papel vital para garantizar los sistemas de control y equilibrio necesarios. Estas proporcionan los cimientos definitivos para construir democracias más firmes y resilientes».
«Siempre existirán obstáculos; personas que, en nombre del poder, van a poner palos en las ruedas de la democracia, la justicia y la igualdad. Y estos días, sus voces se oyen cada vez con más fuerza», señalaba.
A punto de finalizar el año, vemos cómo este modelo de democracia defectuosa se extiende y afecta a la calidad de nuestras instituciones. Son muchos los medios de comunicación que plasman día a día en sus piezas y titulares la crispación y el desencuentro que campa libremente por estas y que se traslada como un virus (otro más) entre la ciudadanía, aumentando la desafección y el hastío.
Desde la pérdida de las formas (y de los papeles) hasta el deterioro de las palabras y el diálogo, pareciera que nuestra dirigencia política vaya directa a lo más profundo. La calidad política es contagiosa: estimula, anima y ejemplifica. También su ausencia: deteriora, destruye y desalienta. Este círculo virtuoso —o vicioso— se retroalimenta y, como en una espiral o pendiente, se acelera con cada vuelta o paso. Tocar fondo es alimentar los atajos democráticos. El deterioro institucional impulsa a los chamanes de la política, a los profetas del desastre.
Sin liderazgos transformadores y responsables tomarán el relevo los liderazgos redentores y radicales. Tocar fondo no es un piso, es una fosa en la que se entra, pero de la que no se sale fácilmente. Este es el riesgo de tanto destrozo.
Publicado en: La Vanguardia (29.12.2022)