Todo lo bueno se acaba…

La extensión I don’t care about cookies era, hasta ahora, uno de esos casos maravillosos que ilustraban lo que un desarrollador es capaz de hacer cuando quiere solucionar un problema que él mismo también tiene y que presume generalizado: simplemente, te libraba de los pesadísimos avisos sobre cookies en las páginas que, en virtud de una ley europea completamente absurda, tienen obligación de avisarte de que utilizan cookies en su funcionamiento.

Dado que, por el momento, la práctica totalidad de páginas en la web utilizan al menos alguna cookie, aunque sea para hacer funcionar un simple control estadístico, un recordatorio de contraseña o un carrito de la compra, el resultado era que cada vez que accedías a una página, tenías primero que encontrarte con la estúpida y completamente inútil advertencia, localizar – si tu privacidad te importaba lo más mínimo – cómo hacer para evitar la mayor cantidad de cookies posible, y aceptar el supuesto «acuerdo» que unos ignorantes políticos habían decidido considerar como una buena idea.

Un día, un desarrollador croata, Daniel Kladnik, se hartó de la cansina rutina, y desarrolló una extensión que, simplemente, evitaba esos avisos. Sin más: los eliminaba para evitar la pérdida de tiempo y el engorro que suponía su existencia. Sin ningún interés por capturar información del usuario, ni por absolutamente nada que no fuese lo que decía: eliminar los avisos. La instalabas en tu navegador, te olvidabas de ella, y si querías, hacías una donación a su desarrollador, que ni siquiera te insistía especialmente para ello. La extensión funcionaba bien en la práctica totalidad de los casos: los avisos desaparecían, y tú te olvidabas de algo profundamente molesto y sin valor práctico alguno.

El uso de la extensión creció mucho, y la satisfacción con ella también: típica extensión que yo recomendaba tranquilamente a mis alumnos, como hago con algunas otras. Pero hace unos días, al arrancar el navegador, apareció una página (pdf) avisando de la adquisición de la extensión por parte de Avast, una compañía checa conocida por sus antivirus y con una fama especialmente mala en sus prácticas de privacidad, con un historial de venta de datos de sus usuarios a terceros, de malas prácticas en seguridad y hasta de haber recomendado productos que contenían malware.

Las reacciones no se hicieron esperar: muchos usuarios han recriminado a Daniel que vendiese su extensión a una compañía con tan mala fama y precedentes, otros han decidido desinstalarla y buscar alternativas, y otros han preferido simplemente esperar y ver qué ocurre. Pero la cuestión es que la venta es una mala noticia para todos menos para el desarrollador en cuestión, que habrá visto recompensada su inversión en tiempo y esfuerzo a lo largo de diez años para desarrollar, mantener y mejorar la extensión, y que simplemente se ha limitado a informar a sus usuarios de que no hagan más donaciones.

El uso de extensiones en el navegador supone un balance delicado: muchas extensiones, y te encontrarás con una ralentización del funcionamiento de un programa que, con seguridad, utilizas constantemente y más que ningún otro. Pocas extensiones, y lo que te ocurrirá será simplemente que tu navegación en la red será un infierno lleno de interrupciones publicitarias, avisos estúpidos, pop-ups, etc. Además, hay extensiones verdaderamente útiles que facilitan muchas operaciones habituales: en mi caso, considero fundamentales las que utilizo para almacenar cosas que leo y quiero guardar en un repositorio con capacidad de búsqueda y organización, las que me recomiendan contenido seleccionado algorítmicamente en función de mis intereses, la que me permite almacenar una página entera como pdf, la que gestiona mis contraseñas o mi wallet criptográfico, y por supuesto, mi bloqueador de publicidad.

¿Problema? Que instalar una extensión es muy sencillo, pero tiene también muy escasos controles. Crear una extensión es relativamente sencillo, con pocas barreras de entrada, y puede plantear problemas si su creador decide tomar atajos para amortizar su esfuerzo, dado que su producto está ahí, posado en una rama en la esquina derecha de nuestro navegador como si fuera un búho, espiando todo lo que hacemos, y esa información, en las manos equivocadas, tiene su cierto peligro.

Ahora, tras la adquisición, habrá que estar pendientes de cuáles son las condiciones que nos comuniquen: si Avast decide monetizar la app vendiendo nuestros datos de navegación a terceros, si pide algo a cambio de su uso o simplemente, qué pretenden hacer con ella, que probablemente no será dejarla funcionar sin más complicaciones como hasta ahora. En el pasado, Avast tomó la decisión de, tras una investigación que tuvo bastante recorrido en medios y que revelaba sus malas prácticas, cerrar la división que comercializaba con la información de los usuarios de sus productos, pero eso, muy posiblemente, no implica que simplemente «se hayan vuelto buenos», sino que han buscado otra forma, esperemos que más respetuosa, de ganar dinero con sus productos.

Veremos qué sucede en el futuro. Pero de entrada, si usabas la extensión, ve preparándote para novedades que, muy posiblemente, no serán buenas.

Publicado en enriquedans.com el 19.09.2022

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