La palabra prosperidad en política está siendo revalorizada y reivindicada, más allá de su manoseado y coyuntural uso cuando, de forma rutinaria, nos deseamos en estas fechas un próspero Año Nuevo.
La referencia más reciente es la «prosperidad común», de la que hace bandera Xi Jinping para definir la nueva China que quiere impulsar; una noción explicitada en el maoísmo y con el foco en esta prosperidad común por todos que se irá impulsando gradualmente. Antes, Mariana Mazzucato (directora del Institute for Innovation & Public Purpose) nos hablaba de «prosperidad compartida» en su libro Mission economy. A moonshot guide to changing capitalism, en el que trata de inspirar a los gobiernos de todo el mundo para definir objetivos comunes, que ilusionen y donde se incluyan, entre otros, unos servicios públicos de calidad o soluciones a la crisis climática. Los economistas Dani Rodrik o Alfredo Pastor suman a la prosperidad la idea del progreso, valorando una nueva concepción del modelo de crecimiento que permita dar respuesta a los problemas actuales (como la crisis climática y ambiental).
Y dos referencias más. El informe Brecha digital y prosperidad compartida de PwC y el World Economic Forum, que insta a cerrar el gap de capacidades digitales del mercado laboral, contemplando este concepto. Y la referencia del Banco Mundial que comparte una sección de Prosperidad Compartidade LAC Equity Lab en el que recoge: «Combinar el crecimiento con la igualdad y cuyo indicador principal, utilizado para medir este crecimiento, es el ingreso per cápita del ingreso del 40% más pobre de la distribución de ingresos». Todo un cambio.
La visión de una «prosperidad compartida» está cuajando, también, en nuestros entornos. La última nota de opinión del Cercle d’Economia hablaba de ella y el recién nombrado primer secretario del PSC en el congreso extraordinario de esta formación situaba dos retos para Catalunya: la financiación justa y —precisamente— la prosperidad compartida.
La prosperidad no solo es desarrollo justo y sostenible. Sino crecimiento inclusivo, con un acento especial en la reducción de desigualdades y la convicción de que el desarrollo equitativo es la mejor garantía para el legítimo desarrollo individual. Prosperidad no es un deseo, es un objetivo.
Publicado en: La Vanguardia (23 de diciembre de 2021)