En los últimos meses dos hechos distintos motivaron una reflexión en mi. El primero de ellos aconteció en el mes de abril durante la Semana Santa. Sucedió cuando me enviaron una imagen de la procesión del Cristo Yacente del templo de El Calvario que hizo una parte de su recorrido debajo de la Torre del Reformador en la Ciudad de Guatemala.
El segundo hecho fue cuando en una reunión una compañera de trabajo tuvo a bien hacernos notar a todos los colaboradores el vertiginoso paso del tiempo en lo que va de este año, pues como si nada ya estamos a mitad de camino de este 2022.
Creo que ambos se vinculan en mi mente porque evidencian lo que considero una misma circunstancia: la vida se nos escapa hoy a un ritmo frenético de tareas y distracciones en la mayoría de las cuales no estamos presentes. Mucho ha tenido que ver el acelerado crecimiento de la transformación digital que hemos vivido los últimos dos años, pues cada día es más difícil separar por ejemplo las fronteras entre el trabajo y el tiempo libre, manteniéndonos muchas veces “conectados” y distraídos sin tener noción del paso del tiempo.
También tiene que ver con cómo estamos experimentando nuestra vida. Lo primero que me llamó la atención de la fotografía de la procesión fue el hecho de que casi la totalidad de los espectadores que aparecen en ella estaban viendo el acontecimiento a través de la pantalla del móvil. Me pareció una metáfora perfecta de los tiempos que corren, en los que terminas viendo la vida en miniatura cuando la misma te está pasando a lo grande frente a los ojos.
Lo más irónico es que la mayoría de nosotros no volvemos nunca a revisitar esos videos o fotos por los que nos esmeramos tanto en perdernos un momento especial.
Slow Movement para experimentar conexiones profundas
Creo que necesitamos desacelerar, volver a disfrutar de las cosas que pasan en un día común y corriente, porque entre correos, mensajes, episodios, o con cada actualización de las redes que algunas personas se ven forzadas a realizar cada hora de cada día, el tiempo vital se nos va y no volverá jamás.
Detrás de esta sensación que puede serle familiar a más de uno ya existe todo un movimiento conocido como: Slow Movement. Esta corriente tiene como objetivo primario abordar el problema del tiempo a través de la creación de conexiones más profundas con lo que nos rodea.
Implica un cambio de actitud cultural hacia una velocidad de vida más lenta y contemplativa. No se trata de hacer todo a un ritmo pausado y tedioso, se trata de hacer cada cosa al ritmo correcto. Esto es tan válido para el trabajo, como para la cocina, el ejercicio, la limpieza, las conversaciones, todo.
De acuerdo con los seguidores del Slow Movement la vida actual se vive demasiado rápido, y por esa razón se espera que la cultura y las interacciones avancen a la misma velocidad, lo cual nos priva de la capacidad de reflexionar y de conectar con lo que estamos experimentando. La idea que predomina hoy es la que equipara velocidad con eficiencia.
Esta percepción es falsa. Como lo señala acertadamente el filósofo alemán nacido en Corea del Sur, Byung-Chul Han, nuestras sociedades altamente competitivas y orientadas a la eficiencia están pasando una enorme factura al individuo moderno.
Uno de los líderes y fundadores del Slow Movement, Carl Honoré, coincide y aboga por aplicar estos principios a la tecnología y a otros ámbitos. Resume su visión de la siguiente manera: “Despacio significa poner la calidad por encima de la cantidad, estar presente, saborear los minutos y los segundos en lugar de contarlos, dedicar tu tiempo y energía a las cosas que realmente importan, y hacer todo lo mejor, y no lo más rápido posible”
La clave está en comprender que ser lento y vivir el momento no implica tardar una eternidad en hacer algo. En realidad supone vivir la vida a la velocidad correcta. Se trata de encontrar tu ritmo en las cosas que haces y estar presente en el momento que las llevas a cabo. También se trata de traer más equilibrio a nuestras vidas.
Honoré ha hecho énfasis en el tema de las presiones sociales que se ejercen para lidiar con el aburrimiento, pues tenemos que estar “conectados” a algún dispositivo o plataforma en todo momento para ser muy productivos y actuales. Si vamos a un evento debemos tomar todas las instantáneas que podamos para evidenciar que realmente estuvimos allí, cuando al hacerlo de alguna manera dejamos de “estar” efectivamente allí.
El propósito del tiempo sosegado no estructurado es exactamente el poder ser creativos y hacer las cosas que van formando nuestra identidad, lo cual es fundamental para el desarrollo integral de cada persona. Es conveniente no olvidar que los avances más importantes de la humanidad se han dado precisamente en momentos de reflexión.
Es esta una certeza que el capitalismo moderno ha logrado difuminar con bastante éxito, porque hoy en día tenemos la falsa creencia de que la tendencia correcta de consumo consiste en estar entretenido todo el tiempo.
El lado negativo de esta concepción es que fomenta un estado que en cambio apaga nuestra capacidad de contemplación, que es de donde viene el desarrollo intelectual, y que en última instancia beneficia única y exclusivamente a las compañías que proveen ese entretenimiento, pero jamás a nosotros por muy entretenidos y satisfechos que nos sintamos.